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Mensajes de Medjugorje conteniendo 'me'

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En la última aparición diaria del 12 de setiembre de 1998, la Virgen le dijo a Jakov Colo que tendría una aparición cada año, el 25 de Diciembre. Así ha ocurrido también este año. La Virgen vino con el Niño Jesús en brazos. La aparición comenzó a las 14:08, y duró 10 minutos, luego dio el siguiente mensaje:
¡Queridos hijos! Todos estos años que Dios me permite estar con ustedes, son un signo del inmenso amor que Dios siente por cada uno y una señal de lo mucho que Dios los ama. Hijitos, ¡cuántas gracias el Altísimo les ha dado y cuántas gracias desea darles! Sin embargo, hijitos, sus corazones están cerrados y viven en el miedo y no permiten que el amor de Jesús y Su paz tomen posesión de sus corazones y gobiernen sus vidas. Vivir sin Dios es vivir en la oscuridad y nunca llegar a conocer el amor del Padre y Su cuidado por cada uno de ustedes. Por eso, hijitos, hoy de una manera especial oren a Jesús para que desde hoy vuestra vida experimente un nuevo nacimiento en Dios y llegue a ser una luz que irradie de ustedes. De esta manera se convertirán en testigos de la presencia de Dios en el mundo y en cada persona que vive en la oscuridad. Hijitos, yo los amo e intercedo por ustedes cada día ante el Altísimo. Gracias por haber respondido a mi llamado.
Queridos hijos, como Madre me siento feliz de estar en medio de vosotros, porque deseo hablaros nuevamente de las palabras de mi Hijo y de Su amor. Espero que me aceptéis con el corazón, porque las palabras de mi Hijo y Su amor, son la única luz y esperanza en la oscuridad del presente. Esta es la única verdad, y vosotros, que la aceptaréis y la viviréis, tendréis corazones puros y humildes. Mi Hijo ama a los puros y a los humildes. Los corazones puros y humildes dan vida a las palabras de mi Hijo: las viven, las difunden y buscan la forma de que todos las escuchen. Las palabras de mi Hijo hacen renacer a quienes las escuchan, las palabras de mi Hijo hacen que regresen el amor y la esperanza. Por eso, mis queridos apóstoles, hijos míos, vivid las palabras de mi Hijo. Amaos como Él os ha amado. Amaos en Su nombre y en Su memoria. La Iglesia progresa y crece gracias a aquellos que escuchan las palabras de mi Hijo, gracias a aquellos que aman, gracias a aquellos que sufren y padecen en silencio y en la esperanza de la redención definitiva. Por eso queridos hijos míos, que las palabras de mi Hijo y Su amor estén en el primer y último pensamiento del día. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, os he invitado y os invito nuevamente a conocer a mi Hijo, a conocer la Verdad. Yo estoy con vosotros y oro para que lo logréis. Hijos míos, vosotros debéis orar mucho para tener cada vez más amor y paciencia, para saber soportar el sacrificio y ser pobres en espíritu. Mi Hijo, por medio del Espíritu Santo, está siempre con vosotros. Su Iglesia nace en cada corazón que lo conoce. Orad para que podáis conocer a mi Hijo, orad para que vuestra alma sea toda una con Él. ¡Esto es la oración, este es el amor que atrae a los demás y que a vosotros os hace mis apóstoles! Os miro con amor, con amor maternal. Os conozco, conozco vuestros dolores y aflicciones, porque yo también he sufrido en silencio. Mi fe me dio amor y esperanza. Repito: la Resurrección de mi Hijo y mi Asunción al Cielo son para vosotros esperanza y amor. Por lo tanto, hijos míos, orad para conocer la verdad, para tener una fe firme, que guíe vuestros corazones y sepa transformar vuestros sufrimientos y dolores en amor y esperanza. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos! Hoy les traigo mi amor. Dios me ha permitido amarlos y por amor llamarlos a la conversión. Hijitos, ustedes son pobres en el amor y aún no han comprendido que mi Hijo Jesús por amor dio su vida para salvarlos y darles la vida eterna. Por eso oren, hijitos, oren para que en la oración comprendan el amor de Dios. Gracias por haber respondido a mi llamado.
Queridos hijos, no tengáis corazones duros, cerrados y llenos de temor. Permitid a mi amor materno iluminarlos y llenarlos de amor y de esperanza, para que yo, como Madre, pueda atenuar vuestros dolores, porque los conozco y los he experimentado. El dolor eleva y es la oración más grande. Mi Hijo ama de manera especial a los que padecen dolores. Él me ha enviado para que os los atenúe y traeros esperanza. ¡Confiad en Él! Sé que para vosotros es difícil, porque a vuestro alrededor veis cada vez más tiniebla. Hijos míos, es necesario aniquilarla con la oración y el amor. Quien ora y ama no teme, tiene esperanza y amor misericordioso. Ve la luz, ve a mi Hijo. Como apóstoles míos, os llamo para que intentéis ser ejemplo de amor misericordioso y de esperanza. Siempre volved a orar para tener el mayor amor posible, porque el amor misericordioso porta la luz que aniquila toda tiniebla, porta mi Hijo. No tengáis miedo, no estáis solos: Yo estoy con vosotros. Os pido que oréis por vuestros pastores, para que en todo momento tengan amor, y actúen con amor hacia Mi Hijo, por medio de Él y en memoria de Él. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, como Madre de la Iglesia, como vuestra Madre, sonrío mientras os veo venir a mí, cómo os reunís en torno a mí y cómo me buscáis. Mis venidas entre vosotros son prueba de cuánto el Cielo os ama. Ellas os muestran el camino hacia la vida eterna, hacia la salvación. Apóstoles míos, vosotros que os esforzáis en tener un corazón puro y a mi Hijo en él, estáis en el buen camino. Vosotros que buscáis a mi Hijo, buscáis el buen camino. Él dejó muchos signos de Su amor. Él dejó esperanza. Es fácil encontrarlo si estáis dispuestos al sacrificio y la penitencia, si tenéis paciencia, misericordia y amor por vuestro prójimo. Muchos de mis hijos no ven y no escuchan porque no quieren. No aceptan mis palabras ni mis obras, pero mi Hijo, a través de mí, os invita a todos. Su Espíritu ilumina a todos mis hijos en la luz del Padre Celestial, en la comunión del Cielo y la tierra, en el amor recíproco. Porque el amor llama al amor y hace que las obras sean más importantes que las palabras. Por tanto, apóstoles míos, orad por vuestra Iglesia, amadla y haced obras de amor. Por cuanto haya sido traicionada y herida, ella está aquí, porque proviene del Padre Celestial. ¡Orad por vuestros pastores!, para que podáis ver en ellos la grandeza del amor de mi Hijo. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, mi presencia viva y real entre vosotros, tiene que haceros felices, debido al gran amor de mi Hijo. Él me envía entre vosotros para que con mi amor maternal os dé seguridad, para que comprendáis que el dolor y la alegría, el sufrimiento y el amor, hacen que vuestra alma viva intensamente; para invitaros nuevamente a glorificar el Corazón de Jesús, el corazón de la fe: la Eucaristía. Mi Hijo, día a día, a través de los siglos, retorna vivo en medio de vosotros, regresa a vosotros, aunque en verdad, nunca os ha abandonado. Cuando uno de vosotros, hijos míos, regresa a Él, mi Corazón materno exulta de alegría. Por eso, hijos míos, regresad a la Eucaristía, a mi Hijo. El camino hacia mi Hijo es difícil, lleno de renuncias, pero al final está siempre la luz. Yo comprendo vuestros dolores y sufrimientos, y con amor maternal, enjugo vuestras lágrimas. Confiad en mi Hijo, porque Él hará por vosotros lo que ni siquiera sabríais pedir. Vosotros, hijos míos, debéis preocuparos solo por el alma, porque ella es lo único que os pertenece en la Tierra. Sucia o limpia, la tendréis que presentar ante el Padre Celestial. Recordad: la fe en el amor de mi Hijo siempre es recompensada. Os pido que oréis, de manera especial, por quienes mi Hijo ha llamado a vivir según Él y a amar a su rebaño. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, he venido a vosotros, en medio de vosotros, para que me deis vuestras preocupaciones, para que las presente a mi Hijo e interceda ante Él por vosotros y vuestro bien. Sé que cada uno de vosotros tiene sus preocupaciones, sus pruebas; por eso os invito maternalmente: venid a la Mesa de mi Hijo. Él, por vosotros, parte el pan, se da a vosotros, os da la esperanza. A vosotros os pide más fe, más esperanza y más vitalidad. Pide vuestra lucha interior contra el egoísmo, contra el juicio y las debilidades humanas. Por eso yo, como Madre, os digo: orad, porque la oración os da la fuerza para la lucha interior. Mi Hijo, de pequeño, me decía a menudo que muchos me habrían amado y llamado Madre. Yo, aquí en medio de vosotros, siento amor y os doy las gracias. Por medio de este amor, ruego a mi Hijo para que ninguno de vosotros, hijos míos, vuelva a casa igual que antes, para que llevéis siempre más esperanza, misericordia y amor; para que seáis apóstoles del amor, aquellos que con su vida testimoniarán que el Padre Celestial es fuente de vida y no de muerte. Queridos hijos, nuevamente y maternalmente os pido: orad por los elegidos de mi Hijo, por sus manos bendecidas, por vuestros pastores, para que puedan predicar a mi Hijo siempre con más amor, y así obrar conversiones. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, por voluntad de mi Hijo y por mi amor materno, vengo a vosotros, mis hijos, y especialmente por aquellos que no han conocido el amor de mi Hijo. A vosotros os doy mi amor materno y os traigo la bendición de mi Hijo. Vengo a vosotros que en mí pensáis, que me invocáis. ¿Tenéis corazones puros y abiertos? ¿Veis los dones, los signos de mi presencia y de mi amor? Hijos míos, en vuestra vida terrena, actuad siguiendo mi ejemplo. Mi vida ha sido dolor, silencio y una inmensa fe y confianza en el Padre Celestial. Nada sucede por casualidad: ni el dolor ni la alegría, ni el sufrimiento ni el amor. Todas estas son gracias que mi Hijo os da y que os conducen a la vida eterna. Mi Hijo pide de vosotros amor y oración en Él. Amar y orar en Él –y yo como Madre os lo enseñaré–, significa: orar en el silencio de vuestra alma, y no solo recitando con los labios. Este es el gesto más pequeño y hermoso que podéis realizar en nombre de mi Hijo: esto es paciencia, misericordia, aceptación del dolor y el sacrificio realizado por los otros. Hijos míos, mi Hijo os mira. Orad para que vosotros también podáis ver Su Rostro, para que este pueda ser revelado a vosotros. Hijos míos, yo os revelo la única y auténtica verdad; orad para que podáis comprenderla y para que podáis difundir el amor y la esperanza; para que podáis ser apóstoles de mi amor. De manera especial, mi Corazón materno ama a los pastores; orad por sus manos benditas. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, el Espíritu Santo, por el Padre Celestial, me ha hecho Madre, la Madre de Jesús y con esto, también vuestra Madre. Por eso vengo para escucharos, para abriros mis brazos maternos, para daros mi Corazón y para invitaros a permanecer conmigo. Porque desde lo alto de la Cruz mi Hijo os ha confiado a mí. Pero lamentablemente, muchos hijos míos no han conocido el amor de mi Hijo y muchos no desean conocerlo. ¡Oh hijos míos!, qué mal hacen aquellos que, para poder creer necesitan ver o razonar. Por eso hijos míos, apóstoles míos, en el silencio de vuestro corazón, escuchad la voz de mi Hijo, para que vuestro corazón sea Su morada, para que no sea un corazón oscuro ni triste, sino iluminado por la luz de mi Hijo. Con la fe buscad la esperanza, porque la fe es la vida del alma. Nuevamente os invito: orad. Orad para poder vivir la fe en humildad, en la paz del alma e iluminados por la luz. Hijos míos, no os esforcéis en comprenderlo todo de una vez, porque tampoco yo lo comprendía todo, sin embargo, he amado y he creído en las palabras divinas que mi Hijo decía, Él, que ha sido la primera luz y el origen de la redención. Apóstoles de mi amor, vosotros que oráis, que os sacrificáis, vosotros que amáis y no juzgáis, id y difundid la verdad: las palabras de mi Hijo, el Evangelio, porque vosotros sois el evangelio vivo, vosotros sois los rayos de la luz de mi Hijo. Mi Hijo y yo estaremos a vuestro lado, os alentaremos y os pondremos a prueba. Hijos míos, pedid siempre la bendición de aquellos, y solo de aquellos, cuyas manos ha bendecido mi Hijo, de sus pastores. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos! También hoy los invito a regresar a la oración. En este tiempo de gracia, Dios me ha permitido que los guíe hacia la santidad y hacia una vida simple, para que en las pequeñas cosas descubran a Dios Creador, se enamoren de Él y su vida sea un agradecimiento al Altísimo por todo lo que Él les da. Hijitos, que su vida sea un don en amor para los demás y Dios los bendecirá. Y ustedes testimonien sin interés, por amor hacia Dios. Yo estoy con ustedes e intercedo ante mi Hijo por todos ustedes. Gracias por haber respondido a mi llamado.
Queridos hijos, mi Hijo ha sido fuente de amor y de luz, cuando en la Tierra habló al pueblo de todos los pueblos. Apóstoles míos, seguid su luz. Esto no es fácil: debéis ser pequeños, debéis aprender a haceros más pequeños que los otros, y con la ayuda de la fe, llenaros de Su amor. Ningún hombre en la tierra, sin fe, puede vivir una experiencia milagrosa. Yo estoy con vosotros; me manifiesto a vosotros con estas venidas, con estas palabras; deseo testimoniaros mi amor y mi preocupación maternal. Hijos míos, no perdáis el tiempo haciendo preguntas a las que nunca recibís respuesta: al final de vuestro viaje terreno os las dará el Padre Celestial. Sabed siempre que Dios lo sabe todo, Dios ve y Dios ama. Mi amadísimo Hijo ilumina las vidas y dispersa la oscuridad; y mi amor materno, que me trae a vosotros, es indescriptible, misterioso, pero es real. Yo expreso mis sentimientos hacia vosotros: amor, comprensión y afecto maternal. De vosotros, apóstoles míos, busco las rosas de vuestra oración, que deben ser obras de amor; estas son para mi Corazón maternal las oraciones más queridas, y yo se las presento a mi Hijo, que ha nacido por vosotros. Él os ve y os escucha; nosotros siempre estamos cerca vuestro. Este es el amor que llama, une, convierte, alienta y llena. Por eso, apóstoles míos, amaos siempre los unos a los otros, pero, sobre todo, amad a mi Hijo: este es el único camino hacia la salvación y hacia la vida eterna. Esta es mi oración más querida que, con el perfume más hermoso de rosas, llena mi Corazón. Orad, orad siempre por vuestros pastores, para que tengan la fuerza de ser la luz de mi Hijo. ¡Os doy las gracias!
La vidente Mirjana Dragicevic - Soldo tuvo apariciones diarias desde el 24 de junio de 1981 hasta el 25 de diciembre de 1982. El último día de la aparición, después de confiarle el décimo secreto, la Virgen le dijo que durante toda su vida tendría una aparición una vez al año - el 18 de marzo. Así ha sucedido durante todos estos años y también este año. Varios miles de peregrinos se reunieron para orar el Rosario. La aparición comenzó a las 13:44 y duró hasta las 13:48.
Queridos hijos, mi deseo maternal es que sus corazones estén llenos de paz y que sus almas sean puras, para que, en la presencia de mi Hijo, puedan ver su Rostro. Porque, hijos míos, yo como Madre sé que están sedientos de consuelo, de esperanza y de protección. Ustedes, hijos míos, consciente o inconscientemente buscan a mi Hijo. También yo, mientras vivía en el tiempo terreno, me alegraba, sufría y soportaba con paciencia los dolores, hasta que mi Hijo, en toda su gloria, los suprimió. Y por eso digo a mi Hijo: “Ayúdalos siempre”. Ustedes, hijos míos, con un amor verdadero, iluminen la oscuridad del egoísmo que envuelve cada vez más a mis hijos. Sean generosos: que sus manos y su corazón estén siempre abiertos. No tengan miedo, abandónense a mi Hijo con confianza y esperanza. Mirándolo a Él, vivan la vida con amor. Amar significa darse, soportar y nunca juzgar. Amar significa vivir las palabras de mi Hijo. Hijos míos, como Madre les digo que solo el amor verdadero lleva a la felicidad eterna. Les doy las gracias.
Queridos hijos! En este tiempo de gracia los invito a todos a abrir sus corazones a la misericordia de Dios, para que a través de la oración, la penitencia y la decisión por la santidad, comiencen una vida nueva. Este tiempo primaveral los estimula en sus pensamientos y corazones a una vida nueva, a la renovación. Por eso, hijitos, yo estoy con ustedes para ayudarlos a que, con determinación, digan SÍ a Dios y a los Mandamientos de Dios. Ustedes no están solos, yo estoy con ustedes por medio de la gracia que el Altísimo me concede para ustedes y sus descendencias. Gracias por haber respondido a mi llamado.
Queridos hijos! El Altísimo me ha permitido invitarlos de nuevo a la conversión. Hijitos, abran sus corazones a la gracia a la que están todos invitados. Sean testigos de la paz y del amor en este mundo inquieto. Su vida aquí en la Tierra es pasajera. Oren para que a través de la oración anhelen el Cielo y las cosas del Cielo, y sus corazones verán todo de manera diferente. No están solos, yo estoy con ustedes e intercedo ante mi Hijo Jesús por ustedes. Gracias por haber respondido a mi llamado.
Queridos hijos, os doy las gracias porque respondéis a mis llamadas y porque os reunís en torno a mí, vuestra Madre Celestial. Sé que pensáis en mí con amor y esperanza, y yo también siento amor hacia todos vosotros, como también lo siente mi amadísimo Hijo que, en su amor misericordioso, siempre y de nuevo me envía a vosotros. Él, que se hizo hombre, que era y es Dios, Uno y Trino; Él, que por vuestra causa ha sufrido en el cuerpo y en el alma. Él, que se ha hecho Pan para nutrir vuestras almas, y así salvarlas. Hijos míos, os enseño cómo ser dignos de Su amor, a dirigir a Él vuestros pensamientos, a vivir a mi Hijo. Apóstoles de mi amor, os envuelvo con mi manto porque, como Madre, deseo protegeros. Os pido: orad por todo el mundo. Mi Corazón sufre, los pecados se multiplican, son muy numerosos. Pero con vuestra ayuda, que sois humildes, modestos, llenos de amor, ocultos y santos, mi Corazón triunfará. Amad a mi Hijo por encima de todo y a todo el mundo por medio de Él. No olvidéis nunca que cada hermano vuestro lleva en sí algo precioso: el alma. Por eso, hijos míos, amad a todos aquellos que no conocen a mi Hijo, para que, por medio de la oración y del amor que proviene de esta, puedan ser mejores; para que la bondad en ellos pueda vencer, para que las almas se salven y tengan vida eterna. Apóstoles míos, hijos míos, mi Hijo os ha dicho que os améis los unos a los otros. Que esto esté escrito en vuestros corazones y con la oración procurad vivir este amor. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, ¡quién mejor que yo puede hablaros del amor y del dolor de mi Hijo! He vivido con Él, he sufrido con Él. Durante la vida terrena he experimentado el dolor, porque fui madre. Mi Hijo amaba los pensamientos y las obras del Padre Celestial, el verdadero Dios. Y, como Él me decía, había venido para redimiros. Yo escondía mi dolor en el amor, y vosotros, hijos míos, tenéis numerosas preguntas. No comprendéis el dolor. No comprendéis que, a través del amor de Dios, debéis aceptar el dolor y soportarlo. Cada criatura de Dios lo experimentará en menor o mayor medida, pero, con la paz en el alma y en estado de gracia, la esperanza existe: es mi Hijo, Dios, nacido de Dios. Sus palabras son la semilla de la vida eterna que, sembradas en las almas buenas, producen numerosos frutos. Mi Hijo ha llevado sobre sí el dolor porque ha tomado sobre sí vuestros pecados. Por eso, hijos míos, apóstoles de mi amor, vosotros que sufrís, sabed que vuestros dolores se convertirán en luz y en gloria. Hijos míos, mientras soportáis el dolor, mientras sufrís, el Cielo entra en vosotros. Y vosotros, dad un poco de Cielo y mucha esperanza a quienes tenéis alrededor. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, como Madre yo os hablo con palabras simples, pero llenas de amor y de solicitud por mis hijos que, por medio de mi Hijo, me habéis sido confiados. Mi Hijo, que es del eterno presente, os habla con palabras de vida y siembra amor en los corazones abiertos. Por eso os pido, apóstoles de mi amor: tened corazones abiertos, siempre dispuestos a la misericordia y al perdón. Por mi Hijo, perdonad siempre al prójimo, porque así la paz estará en vosotros. Hijos míos, preocuparos por vuestra alma, porque es lo único que en realidad os pertenece. Os olvidáis de la importancia de la familia. La familia no debería ser lugar de sufrimiento y dolor, sino lugar de comprensión y ternura. Las familias que intentan vivir según mi Hijo viven en amor recíproco. Desde que mi Hijo era pequeño, me decía que para Él todos los hombres son sus hermanos. Por eso recordad, apóstoles de mi amor, que todos los hombres que encontráis, son familia para vosotros; hermanos según mi Hijo. Hijos míos, no perdáis el tiempo pensando en el futuro con preocupación. Que vuestra única preocupación sea, cómo vivir bien cada momento según mi Hijo: he ahí la paz. Hijos míos, no olvidéis nunca orar por vuestros pastores. Orad para que puedan acoger a todos los hombres como hijos suyos y sean para ellos padres espirituales según mi Hijo. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, al miraros reunidos en torno a mí, vuestra Madre, veo muchas almas puras, a muchos hijos míos que buscan el amor y la consolación, pero que nadie os la ofrece. Veo también a aquellos que hacen el mal, porque no tienen buenos ejemplos, no han conocido a mi Hijo: ese bien que es silencioso y se difunde a través de las almas puras, es la fuerza que sostiene este mundo. Los pecados son muchos, pero también existe el amor. Mi Hijo me envía a vosotros, la Madre, la misma para todos, para que os enseñe a amar y comprendáis que sois hermanos. Él desea ayudaros. Apóstoles de mi amor, es suficiente un vivo deseo de fe y amor y mi Hijo lo aceptará; pero debéis ser dignos, tener buena voluntad y corazones abiertos. ¡Mi Hijo entra en los corazones abiertos! Yo, como Madre, deseo que lleguéis a conocer mejor a mi Hijo, Dios nacido de Dios, para que conozcáis la grandeza de Su amor, del que vosotros tenéis tanta necesidad. Él ha tomado sobre sí vuestros pecados, ha obtenido la redención para vosotros, y a cambio, os ha pedido que os améis los unos a los otros. Mi Hijo es amor, Él ama a todos los hombres sin distinción, a los hombres de todas las naciones y de todos los pueblos. Si vivierais, hijos míos, el amor de mi Hijo, Su Reino estaría ya en la Tierra. Por eso, apóstoles de mi amor, orad, orad para que mi Hijo y Su amor estén más cerca de vosotros, para poder ser ejemplo del amor y poder ayudar a todos aquellos que no han conocido a mi Hijo. Nunca olvidéis que mi Hijo, Uno y Trino, os ama. Orad y amad a vuestros pastores. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, os hablo como vuestra Madre, Madre de los justos, Madre de aquellos que aman y sufren, Madre de los santos. Hijos míos, también vosotros podéis ser santos, eso depende de vosotros. Santos son aquellos que aman sin medida al Padre Celestial, aquellos que lo aman sobre todas las cosas. Por eso, hijos míos, procurad siempre ser mejores. Si procuráis ser buenos, podéis ser santos, sin pensar que lo sois. Si pensáis que sois buenos, no sois humildes y la soberbia os aleja de la santidad. En este mundo inquieto, lleno de amenazas, vuestras manos, apóstoles de mi amor, deberían estar extendidas en oración y misericordia.

A mí, hijos míos, regaladme el Rosario, esas rosas que tanto amo. Mis rosas son vuestras oraciones dichas con el corazón y no solo recitadas con los labios. Mis rosas son vuestras obras de oración, de fe y de amor. Cuando mi Hijo era pequeño, me decía que mis hijos serían numerosos y me traerían muchas rosas. Yo no lo comprendía. Ahora sé que esos hijos sois vosotros, que me traéis rosas cuando amáis a mi Hijo sobre todas las cosas, cuando oráis con el corazón, cuando ayudáis a los más pobres. ¡Esas son mis rosas! Esa es la fe que hace que todo en la vida se haga por amor, que no se conozca la soberbia, que se esté pronto a perdonar; nunca juzgar y tratar siempre de comprender al propio hermano. Por eso, apóstoles de mi amor, orad por aquellos que no saben amar, por aquellos que no os aman, por aquellos que os han hecho mal, por aquellos que no han conocido el amor de mi Hijo. Hijos míos, esto es lo que pido de vosotros, porque recordad: orar significa amar y perdonar. Os doy las gracias.
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