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Mensajes de Medjugorje conteniendo 'he'

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En la última aparición diaria del 12 de setiembre de 1998, la Virgen le dijo a Jakov Colo que tendría una aparición cada año, el 25 de Diciembre. Así ha ocurrido también este año. La Virgen vino con el Niño Jesús en brazos. La aparición comenzó a las 14:20, y duró 10 minutos, luego dio el siguiente mensaje:
Queridos hijos, hoy en este día de gracia, de manera especial los invito a orar por la paz. Hijos, yo he venido aquí como la Reina de la Paz y los he invitado muchas veces a orar por la paz. Pero hijos, sus corazones están inquietos. El pecado les impide abrirse completamente a la gracia y a la paz que Dios desea darles. Para vivir la paz, hijos míos, es necesario que ante todo tengan paz en vuestros corazones y estar entregados por completo a Dios y a Su voluntad. No busquen la paz y la felicidad en las cosas de este mundo, porque todo eso es pasajero. Tiendan hacia la verdadera misericordia y paz que provienen solamente de Dios, y solo de esa manera sus corazones estarán llenos de una alegría verdadera; solo de esa forma ustedes podrán convertirse en testigos de la paz en este mundo inquieto. Yo soy vuestra Madre e intercedo ante mi Hijo por cada uno de ustedes. Gracias por haber respondido a mi llamado.
Queridos hijos, como en otros lugares donde he venido, también aquí os llamo a la oración. Orad por aquellos que no conocen a mi Hijo, por aquellos que no han conocido el amor de Dios; contra el pecado; por los consagrados: por aquellos que mi Hijo ha llamado a tener amor y espíritu de fortaleza para vosotros y para la Iglesia. Orad a mi Hijo, y el amor que experimentáis por Su cercanía, os dará fuerza y os dispondrá para las obras de amor que vosotros haréis en su Nombre. Hijos míos, estad preparados: ¡este tiempo es un momento crucial! Por eso yo os llamo nuevamente a la fe y a la esperanza. Os muestro el camino a seguir: el de las palabras del Evangelio. Apóstoles de mi amor, el mundo tiene mucha necesidad de vuestras manos alzadas al Cielo, hacia mi Hijo y hacia el Padre Celestial. Es necesaria mucha humildad y pureza de corazón. Confiad en mi Hijo y sabed vosotros que siempre podéis ser mejores. Mi Corazón materno desea que vosotros, apóstoles de mi amor, seáis pequeñas luces del mundo; que iluminen allí donde las tinieblas desean reinar: que con vuestra oración y amor mostréis el camino correcto, y salvéis almas. Yo estoy con vosotros. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, ¡quién mejor que yo puede hablaros del amor y del dolor de mi Hijo! He vivido con Él, he sufrido con Él. Durante la vida terrena he experimentado el dolor, porque fui madre. Mi Hijo amaba los pensamientos y las obras del Padre Celestial, el verdadero Dios. Y, como Él me decía, había venido para redimiros. Yo escondía mi dolor en el amor, y vosotros, hijos míos, tenéis numerosas preguntas. No comprendéis el dolor. No comprendéis que, a través del amor de Dios, debéis aceptar el dolor y soportarlo. Cada criatura de Dios lo experimentará en menor o mayor medida, pero, con la paz en el alma y en estado de gracia, la esperanza existe: es mi Hijo, Dios, nacido de Dios. Sus palabras son la semilla de la vida eterna que, sembradas en las almas buenas, producen numerosos frutos. Mi Hijo ha llevado sobre sí el dolor porque ha tomado sobre sí vuestros pecados. Por eso, hijos míos, apóstoles de mi amor, vosotros que sufrís, sabed que vuestros dolores se convertirán en luz y en gloria. Hijos míos, mientras soportáis el dolor, mientras sufrís, el Cielo entra en vosotros. Y vosotros, dad un poco de Cielo y mucha esperanza a quienes tenéis alrededor. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, como Madre yo os hablo con palabras simples, pero llenas de amor y de solicitud por mis hijos que, por medio de mi Hijo, me habéis sido confiados. Mi Hijo, que es del eterno presente, os habla con palabras de vida y siembra amor en los corazones abiertos. Por eso os pido, apóstoles de mi amor: tened corazones abiertos, siempre dispuestos a la misericordia y al perdón. Por mi Hijo, perdonad siempre al prójimo, porque así la paz estará en vosotros. Hijos míos, preocuparos por vuestra alma, porque es lo único que en realidad os pertenece. Os olvidáis de la importancia de la familia. La familia no debería ser lugar de sufrimiento y dolor, sino lugar de comprensión y ternura. Las familias que intentan vivir según mi Hijo viven en amor recíproco. Desde que mi Hijo era pequeño, me decía que para Él todos los hombres son sus hermanos. Por eso recordad, apóstoles de mi amor, que todos los hombres que encontráis, son familia para vosotros; hermanos según mi Hijo. Hijos míos, no perdáis el tiempo pensando en el futuro con preocupación. Que vuestra única preocupación sea, cómo vivir bien cada momento según mi Hijo: he ahí la paz. Hijos míos, no olvidéis nunca orar por vuestros pastores. Orad para que puedan acoger a todos los hombres como hijos suyos y sean para ellos padres espirituales según mi Hijo. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, os invito a ser valientes, a no desistir, porque el bien más pequeño y el más pequeño signo de amor, vencen sobre el mal cada vez más visible. Hijos míos, escuchadme, para que el bien pueda vencer, para que podáis conocer el amor de mi Hijo. Esta es la dicha más grande: los brazos de mi Hijo que abrazan; Él, que ama el alma; Él, que se ha dado por vosotros y siempre y nuevamente se da en la Eucaristía; Él, que tiene palabras de vida eterna. Conocer su amor, seguir sus huellas, significa tener la riqueza de la espiritualidad. Esa es la riqueza que da buenos sentimientos y ve el amor y la bondad en todas partes. Apóstoles de mi amor, con el calor del amor de mi Hijo, sed como los rayos del sol que calientan todo en torno a sí. Hijos míos, el mundo tiene necesidad de apóstoles del amor, el mundo tiene necesidad de muchas oraciones, pero de oraciones con el corazón y con el alma, y no solo de aquéllas que se pronuncian con los labios. Hijos míos, tended a la santidad, pero en humildad; en la humildad que le permite a mi Hijo realizar, a través de vosotros, lo que Él desea. Hijos míos, vuestras oraciones, vuestras palabras, pensamientos y obras, todo esto os abre o cierra las puertas del Reino de los Cielos. Mi Hijo os ha mostrado el camino y os ha dado esperanza, y yo os consuelo y aliento porque, hijos míos, yo he conocido el dolor, pero he tenido fe y esperanza. Ahora tengo el premio de la vida en el Reino de mi Hijo. Por eso, escuchadme: ¡tened valor y no desistáis! ¡Os doy las gracias!
“Queridos hijos, el amor y la bondad del Padre Celestial dan revelaciones que hacen que la fe crezca y se comprenda, y traiga paz, seguridad y esperanza. Así también yo, hijos míos, por medio del amor misericordioso del Padre Celestial, siempre y de nuevo, os muestro el camino hacia mi Hijo, hacia la salvación eterna. Pero, lamentablemente, muchos de mis hijos no quieren escucharme, y muchos de ellos dudan. Y yo, yo siempre, en el tiempo y más allá del tiempo, he magnificado (engrandecido) al Señor por todo lo que ha hecho en mí y a través de mí. Mi Hijo se da a vosotros, parte el Pan con vosotros, os habla palabras de vida eterna para que las llevéis a todos. Y vosotros, hijos míos, apóstoles de mi amor, ¿a qué teméis si mi Hijo está con vosotros? Ofrecedle vuestras almas para que Él pueda morar en ellas, y pueda hacer de vosotros instrumentos de la fe e instrumentos del amor. Hijos míos, vivid el Evangelio, vivid el amor misericordioso hacia el prójimo y, ante todo, vivid el amor hacia el Padre celestial. Hijos míos, no estáis unidos por casualidad. El Padre Celestial no une a nadie por casualidad. Mi Hijo habla a vuestras almas y yo os hablo a vuestro corazón. Como Madre os digo: seguidme, amaos los unos a los otros, dad testimonio. Con vuestro ejemplo, no tengáis miedo de defender la verdad: la Palabra de Dios, que es eterna y nunca cambia. Hijos míos, quien obra a la luz del amor misericordioso y de la verdad, siempre recibe ayuda del cielo y no está solo. Apóstoles de mi amor, que siempre os reconozcan entre todos los demás por pasar inadvertidos, por el amor y la serenidad. Yo estoy con vosotros. ¡Os doy las gracias!"
Queridos hijos, os llamo “apóstoles de mi amor”. Os muestro a mi Hijo que es la verdadera paz y el verdadero amor. Como Madre, por gracia de Dios, deseo conduciros hacia Él. Hijos míos, por eso os invito a que os observéis a vosotros mismos a partir de mi Hijo, a que lo miréis con el corazón y que con el corazón veáis dónde estáis y hacia dónde va vuestra vida. Hijos míos, os invito a que comprendáis que vosotros vivís gracias al amor y al sacrificio de mi Hijo. Le pedís a mi Hijo que sea misericordioso con vosotros, pero también os llamo a la misericordia. Le pedís que sea bueno con vosotros y que os perdone, pero, hijos míos, desde hace tiempo os he rogado que perdonéis y améis a todas las personas que encontréis. Cuando comprendáis mis palabras con el corazón, comprenderéis y conoceréis el verdadero amor y podréis ser apóstoles de ese amor, mis apóstoles, mis queridos hijos. Os doy las gracias.
Queridos hijos, con amor maternal os invito a responder al gran amor de mi Hijo, con un corazón puro y abierto, con total confianza. Yo conozco la grandeza de Su amor. Lo llevé dentro de mí, Hostia en el corazón, luz y amor del mundo.

Hijos míos, que yo me dirija a vosotros también es un signo del amor y de la ternura del Padre Celestial, una gran sonrisa llena del amor de mi Hijo, una invitación a la vida eterna.

La Sangre de mi Hijo fue derramada por amor a vosotros. Esa Sangre preciosa es para vuestra salvación, para la vida eterna. El Padre Celestial ha creado al hombre para la felicidad eterna. No es posible que perezcáis vosotros que conocéis el amor de mi Hijo, vosotros que lo seguís. La vida ha vencido: ¡mi Hijo está vivo! Por eso, hijos míos, apóstoles de mi amor, que la oración os muestre el camino y la manera de difundir el amor de mi Hijo, la oración en su forma más sublime. Hijos míos, cuando procuráis vivir las palabras de mi Hijo, también estáis orando. Cuando amáis a las personas con las que os encontráis, estáis difundiendo el amor de mi Hijo. El amor es lo que abre las puertas del Paraíso.

Hijos míos, desde el comienzo he orado por la Iglesia. Por eso, también os invito a vosotros, apóstoles de mi amor, a orar por la Iglesia y sus servidores, por aquellos a quienes mi Hijo ha llamado. ¡Os doy las gracias!
Queridos hijos, por voluntad del Padre misericordioso, os he dado y aún os continuaré dando signos evidentes de mi presencia maternal. Hijos míos, es el deseo maternal por la curación de las almas. Es el deseo de que cada hijo mío tenga una fe auténtica, de que viva experiencias prodigiosas bebiendo de la fuente de las palabras de mi Hijo, palabras de vida.

Hijos míos, con Su amor y sacrificio, mi Hijo ha traído al mundo la luz de la fe y os ha mostrado el camino de la fe. Porque, hijos míos, la fe enaltece el dolor y el sufrimiento. La fe auténtica hace la oración más sensible, hace obras de misericordia: una conversación, una ofrenda. Esos hijos míos que tienen fe, fe auténtica, son felices a pesar de todo, porque viven el comienzo de la felicidad celestial en la tierra. Por eso, hijos míos, apóstoles de mi amor, os invito a dar ejemplo de fe auténtica, a llevar luz donde hay oscuridad, a vivir a mi Hijo.

Hijos míos, como Madre os digo: no podéis andar por el camino de la fe y seguir a mi Hijo sin vuestros pastores. Orad para que tengan la fuerza y el amor de guiaros. Que vuestras oraciones estén siempre con ellos. Os doy las gracias.
Queridos hijos, por obra de la decisión y del amor de Dios, he sido elegida para ser la Madre de Dios y la Madre vuestra. Pero también por mi voluntad y por mi amor ilimitado hacia el Padre Celestial y mi completa confianza en Él, mi cuerpo fue el cáliz del Dios-hombre. He estado al servicio de la verdad, del amor y de la salvación, como estoy aquí ahora, entre vosotros, para invitaros, hijos míos, apóstoles de mi amor, a ser portadores de la verdad; para invitaros a que, por medio de vuestra voluntad y amor por mi Hijo, difundáis Sus palabras, palabras de salvación. Para que con vuestros actos mostréis, a quienes no han conocido a mi Hijo, Su amor. La fuerza la encontraréis en la Eucaristía, en mi Hijo que os nutre con Su cuerpo y os fortalece con Su sangre.

Hijos míos, juntad vuestras manos y mirad la Cruz en silencio. De esa manera, obtenéis la fe para que la podáis difundir, obtenéis la verdad para que podáis discernir, obtenéis el amor para saber realmente cómo amar. Hijos míos, apóstoles de mi amor, juntad las manos, mirad la Cruz: solo en la Cruz está la salvación. ¡Os agradezco!
¡Queridos hijos! He estado con ustedes todos estos años para conducirlos por el camino de la salvación. Regresen a mi Hijo, regresen a la oración y al ayuno. Hijitos, permitan que Dios le hable a su corazón, porque Satanás reina y quiere destruir sus vidas y la tierra por la que caminan. Sean valientes y decídanse por la santidad. Verán la conversión en sus corazones y en sus familias; la oración será escuchada, Dios atenderá sus súplicas y les dará la paz. Estoy con ustedes y los bendigo a todos con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamado.
¡Queridos hijos! También hoy estoy con ustedes para decirles: hijitos, quien ora no le tiene miedo al futuro y no pierde la esperanza. Ustedes han sido elegidos para llevar alegría y paz, porque son míos. He venido aquí con el nombre de Reina de la Paz, porque el diablo quiere la aflicción y la guerra; quiere llenar el corazón de ustedes con el miedo al futuro; y el futuro es de Dios. Por eso, sean humildes y oren, y dejen todo en manos del Altísimo que los ha creado. Gracias por haber respondido a mi llamado.
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